Todo
fruto exige una permanencia y constancia. Nada es fruto de un día. Amar exige
permanecer en el Amor. Dios, nuestro Padre, es Amor y, en la medida que
permanecemos en Él, permanecemos en el Amor. Junto a Él nos alimentaremos de su
Cuerpo y su Sangre, y esa savia nos dará fortaleza y misericordia para amar
como Él nos ama. De esa manera permaneceremos en Él.
Permanecer
injertados a la Vid tendremos siempre vida. De ahí la importancia y la
insistencia del grito de «permanencia» En el Evangelio de hoy
se repite siete veces el verbo permanecer señalando la importancia fundamental
que tiene. Nuestros frutos vendrán dependiendo de nuestra permanencia en el
Señor. Es de vital importancia estar unido, injertado al Señor. Es de suma
importancia alimentarnos, al ser posible, cada día del Alimento que nos da la
Vida Eterna y transforma nuestro corazón, nuestra mirada y nuestro ser y obrar
en este mundo.
Porque,
los frutos, no son obras concretas que podamos realizar. No se trata de eso,
sino de mirar a los demás, al hombre y a la mujer, con los mismos ojos que mira
Jesús, el Señor. Una mirada con ojos llenos de amor, de comprensión, de
humildad, de bondad, de servicio y suavidad. Una mirada abierta a la
misericordia como Misericordiosamente es Jesús con nosotros. De eso se trata,
de vivir esa permanencia de amor misericordioso cada día de nuestra vida.
Entonces podemos decir que, al menos, tratamos y nos esforzamos en permanecer
en el Señor. Y, Él, el Señor, permanecerá en nosotros.
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