Es
la pregunta que todo buen cristiano debe hacerse, ¿da la tierra de mi corazón buenos
frutos? Porque, desde la hora de mi concepción – en el vientre de mi madre – el
Señor no ha dejado de sembrar y sembrar buenas semillas de su Palabra y Amor Misericordioso.
Y, ¿cuál ha sido mi respuesta? ¿Me pregunto y cuestiono si estoy dando buenos
frutos? ¿O simplemente paso de ello y acomodo mi vida a mis criterios,
sentimientos y pasiones?
No
cabe duda de que la siembra está hecha y, posiblemente, cada día se renueva y
se siembras más semillas de amor. Pero ¿las cultivo con verdaderos deseos?
¿Quiero realmente dejarme modelar y ser tierra buena que dé buenos frutos? ¿O
me dejo ir y parecerme a esa orilla del camino; a ese pedregal o zarza que me
impide dar buena cosecha? Realmente, ¿quiero ser tierra buena? Esa es la
pregunta que hoy nos toca reflexionar, cuestionarnos y responder.
«El que tenga oídos que
oiga, pensó Pedro, como haciendo suya esa pregunta que se había hecho el mismo.
Es cierto que a la hora de presentarme ante el Sembrador me será pedido los
frutos de mi cosecha, y ¿qué voy a presenta: Un treinta, quizás un sesenta o un
cien?»
Ensimismado
y cuestionados por esos pensamientos vio llegar a Manuel. No pudo resistir la
pregunta.
―¿Qué
piensas al respecto de lo que nos dice el Evangelio de hoy. ¿Te has cuestionado
la pregunta?
―Esa
pregunta es, por sí misma una cuestión e interrogante. Siempre me la debo estar
cuestionando, porque, mi cosecha puede siempre mejorar, tanto en porcentajes
como en calidad. Cierto es que no se trata de cantidad sino de calidad.
―Razón
tienes ―respondió Pedro. No es cuestión de hacer mucho, sino de hacer el máximo
de tus fuerzas y capacidades recibidas. Y hacerlas con el máximo amor
misericordioso.
―Sí,
esa es la cuestión. Amar con todas tus fuerzas sin creerte que tú serás el productor
de tus frutos. La Gracia del Señor será la que, con tu simple querer y desear,
la que producirá ese treinta, sesenta o cien por cien.
Manuel había dado en el clavo. Somos tierra en manos del Señor. Tierra que Él hará fértil y capaz de dar frutos a pesar de nuestros pecados: orilla del camino, pedregal, zarza…etc. Tierra que el Señor convertirá en buena para que dé buenos frutos. Tengamos los odios abiertos y dejemos que la Palabra del Señor entre en nuestros corazones y remuevan nuestra tierra para que, regadas por su Gracia, dé esos hermosos frutos que espera de nosotros.
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