De
nada te valen los cumplimientos y las buenas obras si son realizadas por mero
cumplir y compartir sin esa chispa de amor que te impulsa a hacerlas
gratuitamente, sin ningún interés partidista ni de provecho y, simplemente, por
amor. Porque, así actúa nuestro Señor, nos da la Vida y Vida Eterna por y con
Amor Misericordioso. ¿Cómo, pues, nos atrevemos nosotros a actuar por interés
filantrópico; de forma interesada buscando algún provecho; para lucirte, que te
vean, admiren y te halaguen o por otros motivos que esconde un interés egoísta?
Quizás puedas engañar a muchos, pero nunca a nuestro Padre Dios.
Solo un amor bien intencionado y sin ningún interés, incondicional, gratuito y en correspondencia al amor que recibimos de Dios es el amor que tendrá valor delante de nuestro Padre Dios. Un amor que se realiza y se concreta en este mundo y en donde tú estás.
No necesitas buscar lugares o circunstancias donde dar tu amor, las
tienes a tu lado en tu ambiente, en tu familia, en tu trabajo, en tu círculo social
y en todos los instantes que tu vida se encuentra ante alguien que necesite de
ti. Se trata de ser en cada instante una fuente de amor sin más pretensiones.
Amar en las cosas corrientes, sencillas, pequeñas que cada día se presentan en
tu vida. Y Dios, si así lo decide, hará lo demás. Tu y yo, simplemente,
tendremos que esforzarnos en amar.
—Porque,
que saco con amar a Dios si a Él no le veo. Dios no necesita nada —esbozó
Manuel.
—Y
amarle a Él es demasiado fácil. No te va a regañar nada ni a ponerte ninguna
condición. Simplemente, amas como a ti te gusta y según tú quieras y desees —respondió
Pedro.
—Así es, solo con y en el prójimo encontraremos razones para demostrarle amor a nuestro Padre Dios. Amándole a ellos amamos a Dios.
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