Hay momentos que
intuimos que nuestra vida está en verdadero peligro. Incluso experimentamos
cierto desasosiego y sensación de que todo se nos viene abajo. ¿Qué nos ha
ocurrido? Quizás nuestra vida no estaba bien cimentada; quizás los pilares que
la sustentaban estaban apoyados en arenas movedizas que a la menor zozobra se
hunden. Posiblemente no nos habíamos percatado de que las cosas de este mundo
son inestables y caducas.
Nuestra vida estará
cimentada sobre roca cuando nuestro corazón está fijo y lleno de Cristo.
Nuestra vida resistirá los embate de la vida, de nuestros propios errores, que
los habrá – y de nuestros pecados si nuestra mirada está apoyada en el Señor.
Es entonces cuando nuestra fe se fortalece y se hace resistente a las
seducciones del pecado. Porque, seguro es que nuestra vida pasará por momentos
tempestuosos, por fuertes tempestades y por tentaciones que amenazarán fuertemente
derrumbar nuestra perseverancia y nuestra fe.
En eso consiste nuestra fe y seguimiento al Señor, en no quedarnos meramente solo en palabras y prácticas piadosas sino en llevar a nuestra vida la coherencia como resultado y consecuencia de nuestra fe. Bien claro lo dice Jesús, nuestro Señor, hoy en el Evangelio: «No todo el que dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre que está en los cielos.
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