No sobras, eres
parte de la obra de Dios y te necesita para darle cumplimiento a su obra de
salvación. Quizás sea esa la razón de haberte creado libre, libre para decidir
entre el amor o desamor; ente la generosidad y solidaridad o el egoísmo y la
avaricia. Tú eres uno de esos panes que se necesitan para que el Señor, por su
Gracia y Amor Misericordioso, te convierta en esa semilla que dé frutos de amor
y misericordia para salvar al mundo.
Precisamente el
Adviento es ese tiempo en el que Dios nos recuerda que ha venido con el propósito
de hacerse salvación para nosotros, pero no sin nosotros. Necesita que tú abras
tu corazón y dejes entrar esa Palabra de Dios que te cambia, te convierte y te
hace pan compartido y fraterno para que otros puedan alimentarse y, simultáneamente,
revertir ese amor recibido en otros.
La multiplicación
de los panes, de la que hoy nos habla el Evangelio, nos presenta la comunidad
de seguidores que experimentan hambre y sed y son saciados por el Señor. Así sucederá
con todos los que seguimos al Señor. En Él encontraremos cobijo, alimento y el
Amor y Misericordia que nos salva. Pero, necesitamos estar a su lado, seguirle
y abrir nuestro corazón para recoger su Palabra y la Gracia de su Alimento
espiritual: su Cuerpo y Sangre.
Es verdad, y esto está a simple vista, que nuestra aportación – panes y peces – no son suficiente para alimentar al mundo, y menos de la Gracia del Señor, pero es el Señor quien, por su Amor Misericordioso recoge nuestro pequeño esfuerzo para transformarlo en bien de todos hasta el infinito.
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