Ser pequeño, no en
el sentido físico, sino de humildad, es la condición imprescindible para
provocar y desear un encuentro real y auténtico con nuestro Señor Jesús. Por el
contrario, mostrarte, porque nunca lo serás en sentido tanto humano como
espiritual, sabio en este mundo te cierra las puertas al encuentro serio y
profundo con Jesús.
En la conversación
de Jesús con Nicodemo – Jn 3, 1 – 21 – queda expresado claramente lo que
anteriormente tratábamos de decir. Hay que volver a nacer, pero un nacimiento
desde el Espíritu, y lo hacemos cuando nos bautizamos. Es precisamente en ese
momento cuando entra en nosotros el Espíritu Santo que, si le abrimos las
puertas de nuestro corazón, irá modelándonos y convirtiéndonos según la Palabra
de Dios.
Ahora estamos en
tiempo de salvación. Viene el Señor y el Adviento nos invita a preparar
nuestros corazones para recibirle. Nace el Señor, pero no un nacimiento de
celebraciones, fiestas y recuerdos, sino un Nacimiento nuevo, renovado y
comprometido para crecer en verdad, justicia y paz. Un nacimiento que nos
convierta un poco más en bienaventurados según las bienaventuranzas que Jesús,
el Señor, nos ha enseñado precisamente con su Vida y Obras.
Adviento es camino consciente de que Jesús está presente y camina con nosotros. En ese camino iremos, si realmente vamos y permanecemos en Jesús, creciendo en conversión. Quizás sin darnos cuenta, pero creciendo. Lo veremos en el tiempo y en el camino andado en la perseverancia. El Espíritu Santo, si somos humildes y nos reconocemos realmente lo que somos, nos lo hará ver. Porque solo a los humildes, pequeños y pobres de espíritu que se dejan salvar por el Señor, el Espíritu Santo les revela el don de la fe y la Infinita Misericordia del Amor de Dios.
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