Tu Misericordia es
Infinita y me salva. Sin embargo, Señor, me cuesta mucho darme cuenta y valorar
ese Gracia que Tú, gratuitamente, me ofreces. Indudablemente, es un misterio
para nosotros. No llegamos a comprenderte ni a entender como somos perdonados
de todos nuestros pecados. Te fallamos, ofendemos y te damos la espalda, y Tú,
Señor, estás siempre ahí, con tus brazos abiertos y tu Misericordia ofrecida.
No lo entiendo, Señor, pero ansioso e infinitamente agradecido lo acepto.
Eso sí, Señor,
experimento gozo y alegría cuando vivo en las coordenadas que Tú me aconsejas y
me sugieres. Cuando trato y me esfuerzo en amar, siento gozo y me harto de
satisfacción por haber ayudado a alguien; por sentirme útil y servir. ¿Es eso
señal, Señor, de que en el amor está la felicidad? Es eso lo que Tú me dices y
yo quiero vivirlo, porque experimento que es verdad.
Sí, Señor, razón
tienes de anunciarte como el Camino, la Verdad y la Vida. Realmente lo eres. Y
cuando seguimos tu camino encontramos eso que tanto buscamos, la eterna
felicidad. Si bien, es verdad que mientras vamos descubriéndote y caminando por
este mundo hay momentos de duda, de confusión, de sufrimiento y dolor.
Posiblemente sea ese el camino. Solo llegamos a amar cuando experimentamos dolor.
Tú, mi Señor, nos lo has demostrado en la Cruz.
Tengo que decir, junto con el centurión, que no soy digno de merecer nada de todo lo que he y voy recibiendo cada día de mi vida. Todo me es dado gratis, regalado y sin ningún merecimiento por mi parte. ¡Qué puedo decir, Señor! Simplemente, lo que digo todos los días delante de Ti: «No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
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