Esa es la obra de
Dios, una obra misericordiosa que nunca llegaremos a comprender. Dios busca nuestra
liberación desde el día del quebranto de la promesa por la desobediencia y el
pecado de Adán y Eva. Dios quiere liberarnos de la inclinación a vernos
sometidos por el pecado y privados de libertad. De esa bendita libertad de amar
a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
Conoce nuestras
inclinaciones al mal, al egoísmo, al placer desmedido y a la holgazanería.
Conoce nuestra soberbia y avaricia a la riqueza, al poder y al placer de la
carne. Conoce todos nuestros defectos y, a pesar de todo eso, confía en
nosotros y busca nuestra salvación. Y para ello, elige a María, la criatura pura
por excelencia y llena de Gracia para ser Inmaculada sin ser tocada por el
pecado. ¡Qué menos que la Madre del Salvador sea pura e inmaculada!
Y tras María nos
da la oportunidad, por los méritos de su Hijo Jesucristo, de ser rescatados y liberados
de la esclavitud del pecado. María, junto a su Hijo, es corredentora de nuestra
liberación. Ella es parte activa de la Obra de Dios por la que todos los
hombres son llamados a la salvación. Ella es la primera piedra de donde,
encarnado en Naturaleza Humana, su hijo, nuestro Señor, inicia su Camino, su
Verdad y su Vida de liberación y perdón de todos nuestros pecados.
Hoy es un día grande. Celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen. Celebramos tener una Madre Inmaculada que nos acompaña, nos protege y nos muestra el fruto de sus entrañas: Nuestro Señor Jesús.
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