¿Quizás no nos
hemos dado cuenta pero en muchos momentos de nuestra vida sentimos depresión, dolencias y
cansancio. Y es en esos momentos cuando más vulnerables somos. De ahí la
importancia del escándalo – pecado grave – que puede influir poderosamente en
la actitud de cualquier persona y retirarla de la presencia de Dios.
Sería bueno y
necesario preguntarnos dónde estamos: ¿Extenuados?; ¿cansados? ¿caminando rutinariamente,
sin mucho sentido y sin saber a dónde vamos? ¿Cultivando una amistad con Jesús,
el Señor, que queda en eso, simplemente amistad? ¿Una amistad de café, de
hablar superficialmente, de compartir cosas pero no compartirte ni abrir tu
corazón? ¿Una amistad de cumplimiento apoyado en prácticas de misas y preceptos
puntuales? ¿Es esa nuestra amistad con Jesús?
No son preguntas
que hago sino preguntas que nacen desde lo más profundo de mi corazón y que yo
me las hago a mí mismo. Simplemente, las comparto por si alguien experimenta lo
mismo. Porque, compartir nos puede fortalecer, de hecho lo hace, pero no nos soluciona nada. La solución solo puede venirnos de Jesús, precisamente lo que
leemos en el Evangelio de hoy. Solo Él puede sanarnos, animarnos y convertirnos y
hacer que nuestra vida no sea una mera rutina sino que sea una vida activa, dada
gratuitamente y generosa en servicio y misericordia.
En correspondencia, al vernos en camino de conversión, gozosos y alegres, trataremos de transmitir eso que hemos recibido, también gratuitamente como el Señor quiere. Nace desde el fondo profundo de nuestros corazones. Al experimentarnos amado, deseamos amar como el Señor nos ama. De hecho, ¿no hemos sido creados semejantes a Él?.
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