Es evidente que el
pecado te limita y encadena. Por el pecado ves sometida y esclavizada tu
libertad. Sientes impulsos que te
inclinan hacia lo bajo y lo mezquino y experimentas que tu voluntad está
secuestrada, no la dominas.
Sucede todo lo
contrario, sientes que es tu voluntad la que está sometida y dominada por esas
malas inclinaciones que te llevan a hacer el mal, a vivir de tu propio egoísmo
y a hacer tu voluntad según tus caprichos, tus intereses y tus deseos posesivos
y egoístas.
Tu situación es
tan extrema que ya no distingues el bien del mal, quedas confundido y sumido en
el camino de perdición. Sin embargo, la cercanía a Dios produce todo lo
contrario, te eleva y aligera liberándote de tus esclavitudes. Empiezas a darte
cuenta donde está la verdad, y a diferenciarla de la mentira.
Y esto, experimentas, te hace libre, más dueño de ti mismo, más inclinado a hacer el bien y a amar con misericordia todo lo que haces cada día. Has abierto tu corazón al Señor de la Vida, de la Libertad y del Amor y Misericordia. Simplemente, has encontrado al Señor. Señor Camino, Verdad y Vida, que te llevará hacia la Casa del Padre para allí vivir eternamente en plenitud de gloria y felicidad.
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