Jn 10, 31-42 “Si no hago las obras que hace mi Padre no me creáis. |
Todavía hoy seguimos en la misma actitud, condenamos a todo aquel que dice, o al menos lo intenta, la verdad. Porque la verdad molesta y fastidia a todos aquellos que lo que tratan de imponer la suya, la que le satisface y le procura riquezas, bienes, confort y placeres.
Jesús fue condenado porque sus palabras manifestaban verdad. Sus obras certificaban sus palabras, pero aun así no quisieron creerle. La verdad nos compromete y nos exige compartir, y eso, cuando estamos empapado por el egoísmo, se hace duro y difícil. Es mucho más fácil nadar a favor de la corriente, dejarnos llevar por la comodidad de lo que nos viene dado, fácil y cómodo.
Oponernos, dominarnos, luchar contra nuestros propios egoísmos se nos hace molestoso y costoso. Y cuando nos lo dicen, nos incomoda y nos enfurece. Eso fue lo que sucedió con Jesús. Sus palabras no eran bien recibidas porque molestaban. Y sus obras fueron ignoradas. No esperaban un dios tan simple y sencillo; tan humano y humilde. Su dios tendría que ser un dios poderoso, fuerte y triunfador.
¿Cómo Jesús, ese muchacho joven, sencillo, humilde, hijo de la sencilla María y el carpintero José iba a ser el Mesías prometido? ¿Es eso posible? No cabía en sus cabezas, ni tampoco cabe ahora. Se necesita ser niño, sencillo, humilde, pobre y confiado para dejarse invadir por esa Verdad. El Hijo de Dios se encarna pobre y humilde, nace en Belén y viene a identificarse con los necesitados, con los pobres y pecadores, con todos aquellos que necesitan y quieren ser salvados.
Para aquellos doctores de la ley se le hace difícil entenderlo. También ahora hay muchos doctores, de todas clases y condición. La pasión de la inmediatez, de lo placentero, de la comodidad y el poder les hace ciego y les pierde. Cambia todo la eternidad por un puñado de años vividos en la mediocridad y el desengaño. Porque por mucho placer que vivamos aquí, nada nos llenará como el que nuestro Padre Dios nos prepara en su Casa.
Pidamos al Señor la luz necesaria para descubrirle en su Hijo Jesús. Pongámonos en manos del Espíritu Santo para que nos conduzca con su sabiduría y fortaleza hacia la Casa del Padre. Dejemosno llevar por la acción del Espíritu para que se abran nuestro ojos y seamos capaces de ver la luz que nos descubre el verdadero rostro de Jesús, el Hijo de Dios vivo. Amén.
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