Más claro no se puede decir: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que
siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la
buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del
Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del
mundo, y los segadores son los ángeles.
»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
Cada cual sabe en que situación se encuentra: ¿Es cizaña o buena semilla? También sabe como puede dejar de ser cizaña y convertirse en buena semilla. Y, también, lo que le espera y a lo que se arriesga de cerrar sus oídos y vivir según sus apetencias, valores y voluntad.
No se puede decir otra cosa: "El que tenga oídos que oiga", porque todo dependerá de lo que quiera oír cada uno, y en consecuencia, ordenar y dirigir su vida según la Voluntad de Dios.
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