(Mc 8,27-33) |
Sabemos que ocurrió como respuesta a esa pregunta de Jesús a sus discípulos, y de cómo Pedro, impulsado por el Espíritu, respondió: «Tú eres el Cristo». Pero, ahora, no está Pedro ni otros, la pregunta va dirigida a ti, directamente a tu corazón. Y eres tú, también yo, quienes debemos de dar respuesta. Porque ese respuesta es la que espera Jesús.
Y no vale decir lo mismo que dijo Pedro, sino, a parte de decirlo, también vivirlo como lo vivió él y todos los demás discípulos. Y no nos asustemos, no tengamos miedo como nos dijo san Juan Pablo II, porque no seremos nosotros, como ocurrió con Pedro en aquella respuesta. Será el Espíritu Santo, con nuestro permiso, quien hablará y actuará por nosotros. Simplemente tendremos que dejarle y ponernos en actitud contemplativa y de suplica. El Señor, como buen Alfarero, modelará nuestro corazón transformándolo en un corazón a su imagen y semejanza.
No busquemos excusas, ni justificaciones. Pongamos nuestros corazones en sus Manos con fe y con todas las fuerzas de la que ahora somos capaces. Él, el Señor, transformará nuestra agua impura y contaminada en el buen vino que sirve para endulzar la vida, darle color y sentido y transmitir paz. gozo, paciencia, entrega, generosidad y, sobre todo, mucho amor.
Y contemplémoles en el silencio de nuestro corazón. Vivamos en su presencia cada instante de nuestra vida tomando conciencia que es el Mesías y vive y está entre nosotros para llevarnos, en su segunda venida, cuando Él lo decida, a la presencia del Padre que nos espera.
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