(Jn 20,19-31) |
Es curioso, pero observemos como el Señor lo primero que hace es presentar sus Manos y Costado para que los apóstoles comprueben llagas y herida sufridas en su Crucifixión. Prueba evidente que deja al descubierto la incredulidad de los apóstoles. El orden de sus apariciones se inicia con la paz. Es decir, no hay por qué asustarse. Soy Yo, el Señor, he Resucitado. Y presenta las pruebas de sus heridas.
Detrás de esos signos y pruebas se esconde también las nuestras. ¿No tendremos nosotros que presentar las nuestras? Pruebas de amor y de entrega. Y esas pruebas dejaran también marcas en cada uno de nosotros. Nuestros propios sufrimientos y adversidades. Por eso, quienes buscan la felicidad en este mundo se equivocan, porque en él no está. Pero, también se equivocan aquellos que buscan en Jesús el pasarlo bien y el vivir confortablemente. La Cruz no promete eso, sino el sacrificio de dar tu vida por amor ofreciendo, por los méritos de Xto. Jesús, la salvación verdadera y eterna a todos los hombres.
El camino de esta vida es un camino purificador. Y se purifica en la medida que se limpia, se despoja y descontamina de todas sus impurezas. Y eso supone lucha, dolor, sufrimiento y muerte. Sólo detrás de esas cruces se atisba la luz del verdadero gozo y felicidad, que tendrá su plenitud en el otro mundo. Ese mundo del que Jesús nos habla y al cual pertenece.
Y, para ello, les da la fuerza y el poder del Espíritu Santo con el que perdonar o retener nuestros pecados. Está constituyendo su Iglesia, apoyada en la roca de Pedro y sus hermanos, fortalecidos con la acción y el poder del Espíritu Santo. Porque hay muchos Tomás en este mundo, que se empeñan en creer bajo el silogismo de su razón. Y a Dios no se descubre sólo por la razón. Es verdad que nos puede ayudar, pero el Misterio está por encima de eso. Necesitamos la fe, que nos viene de y por la Gracia de Dios.
«Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Tenemos el testimonio de los apóstoles y, a través del tiempo, el de la Iglesia. Creamos en la Palabra de Dios, porque es Palabra de salvación y vida eterna.
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