Mt 13,54-58 |
Nuestros pensamientos se elevan y esperan, no lo pequeño, sino lo grande. Esa es la lógica natural, tanto tú como yo aspiramos a cosas grandes y lo nacido de lo pequeño no nos despierta grandeza ni poder. Por eso, los contemporáneos de Jesús le rechazan, ¿cómo admitir a un Mesías esperado, nacido desde y entre ellos mismos? Imposible.
« ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?».
¿No crees que a ti también te pueda ocurrir esto? Incluso, quizás ya te haya ocurrido, y por eso, como los contemporáneos de Jesús, piensas lo mismo. No nos imaginamos a un Mesías débil, pobre y a mercede del poder y la fuerza de los grandes y poderosos de su tiempo. ¿Cómo entonces nos va a liberar y salvar? No creemos sino en la fuerza y el poder del más fuerte. Y ese es el Mesías que nos imaginamos y queremos, y al que evidentemente esperamos.
Por tanto, nos resulta difícil creer en un Mesías como el presentado y anunciado por el Evangelio. Nos damos cuenta que, ineludiblemente, hace falta la fe para fiarnos y seguir a Jesús. Posiblemente, Jesús nos dirá lo mismo que les dijo a sus contemporáneos y no moverá un dedo si nosotros no nos abrimos al don de la fe.
Para eso, nosotros hemos recibido, en nuestro bautismo, al Espíritu Santo, que nos asistirá, nos acompañará y nos auxiliará para que recibamos la fe - don regalado por nuestro Padre Dios - y abramos nuestro corazón a esa fe que nos pide Jesús y que necesitamos para creer en Él.
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