Todos reconocemos nuestra imperfección. Es evidente que nos sabemos pecadores y no nos atrevemos a levantar la mano en señal de que estamos libre de pecado. Sin embarogo nos atrevemos a juzgar y a servir de guía para otros. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿Acaso un pecador puede limpiar a otro pecador? ¿No se hundirán ambos en el abismo?.
Es de sentido común mirarse interiormente primero, para luego, limpio, tratar de limpiar al otro. Se hace necesario recuperar la vista para luego servir de guía al que no ve. Por tanto, es aconsejable reflexionar sobre mis actitudes, mis errores, mis fallos y pecados, para, luego, en el esfuerzo de corregirme, por la Gracia de Dios, ayudar a corregirse a otros. Sería necesad querer limpiar sin estar yo limpio.
No pretendamos ser maestros ni guías, primero, porque no lo somos, y, segundo, porque, nuestra debilidad es tal que nuestro testimonio no alcanza para servir y ser guía para otros. Por tanto, seamos sinceros con nosotros mismos y, abiertos a la Gracia de Dios, dejémonos limpiar interior y externamente para, por la acción del Espíritu Santo ser guía para otros señalándoles el camino hacia Xto. Jesús, Camino, Verdad y Vida.
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