En indudable que el Amor de Dios no tiene medida. Nos lo ha dejado de forma clara y patente con la entrega de su Hijo hasta el extremo de dar su Vida para salvar la nuestra. Es algo que no se puede discutir. No hay lugar a ello. Simplemente se puede no creer. Dios nos ama sin medida, pues, de no ser así, nuestras posibilidades de salvación serían nulas.
El Amor de Dios es un misterio. No cabe en nuestras cabezas. Y es que no mereciendo nada, lo recibimos todo gratuitamente. Y ese amor sin medida pone al descubierto nuestras limitaciones y dificultades. Experimentamos lo pequeño que somos y nuestra incapacidad e impotencia para amar al estilo y en la medida que nos ama nuestro Señor Jesús y su Padre Dios.
Salta la evidencia de que necesitamos la Gracia del Señor para poder dar esa medida de amor. Porque, por nosotros solos no podemos ni siquiera acercarnos a amar como nos ama nuestro Padre Dios. De modo que, para amar a nuestro prójimo y, especialmente, a nuestros enemigos, necesitamos la Gracia, asistencia y auxilio del Espíritu Santo, que ha bajado a nosotros el día y a la hora de nuestro bautismo.
Tratemos de estar en el Señor para vivir ese amor sin medida que nos da la felicidad eterna que buscamos, porque fuera de Él nos será imposible amar sin medida. Más en Él todo es posible.
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