Cuando se dice se espera que se haga, y si no sucede así nace la decepción y se aminora la autoridad. Porque, una gana autoridad cuando su palabra tiene cumplimiento en la vida. No todo termina en y con el decir, sino que luego debe concretarse y plasmarse en la realidad de lo cotidiano e cada día. Es pues lógico que entre el decir y el hacer va un trecho, y si ese espacio de tiempo no se concreta ese decir en obra, la palabra queda al descubierto e infravalorada. Como decíamos, pierde toda su autoridad.
Jesús nos lo advierte muy claramente: (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente y a los discípulos: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y...
La razón es que hoy sucede lo mismo que ayer. Mandan las apariencias y es lo que importa. Interesa aparentar aunque después pensemos y vivamos de otra manera. Se dice, pero no se hace lo que se dice. Simplemente se aparenta. Y eso ocurre dentro, afuera y en todas partes. En la familia incluso y en nuestras relaciones sociales como comunitarias. Y, sobre todo, en la política. Un mundo donde la palabra queda desvalorada y siempre en sospecha de engaño.
Así experimentamos como en los medios, la prensa, las televisiones se respira muchas apariencias que esconden mentiras revestidas de falsas verdades. Se dice lo que interesa, pero, luego se hace lo que mejor me va a mí y a mis intereses egoístas. Una mentira revestida de falsos progresismos que ya se respiraba en tiempos de Jesús.
Porque, la única verdad es la coherencia entre la palabra y la vida. Y está claro que solo tiene un camino, el servicio, porque, será el mayor aquel que se convierte en servidor de la verdad y coherencia entre su palabra y vida. Pues, será ensalzado aquel que es capaz de humillarse y servir. Por el contrario, será humillado aquel que con sus mentiras y apariencias pretende ser ensalzado.
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