Es cierto que eres una gota en el océano. Una simple gota que impulsada por el viento y, envuelta en una ola, eres arrojadas a la roca o a la arena de la playa, donde quedarás abrazada y evaporada en un instante por el ardiente sol. Tu vida ha sido eso, un navegar por la inmensidad del océano hasta llegar a la orilla y quedar abrazada por el sol o absorbida por la arena.
Pero, simple y pequeña, formas, quieras o no, parte de ese océano. Océano que está formado por ingente billones o trillones de gotas como tú. De la misma manera, tú- también yo – formamos parte de este mundo. Dios, nuestro Padre y Creador, ha querido que formáramos parte de este mundo «igual como si de una gota de agua se tratara». Y, lo lógico y de sentido común es que si estamos en él es para algo. Formamos parte de él y tendremos una misión que hacer. Al menos vivir y dar todo ese amor que interiormente sentimos y tenemos dentro de nosotros. Porque, nuestra característica esencial es el amor. Venimos del Amor y vivimos en plenitud cuando realmente amamos como nuestro Creador.
Todos aspiramos a un mundo en paz, en verdad y justicia. Un mundo donde la fraternidad y el amor reinen como verdad y justicia. Todos deseamos la paz, y eso lo notamos en los innumerables intentos de paz que vemos que se realizan entre las Instituciones, Gobiernos y autoridades que dirigen este mundo. Sin embargo, no hacemos todo lo que podemos y debemos hacer. Sometidos por el pecado quedamos a merced del mundo, demonio y carne. Nuestras propias debilidades y flaquezas son seducidas por esas ofertas de falsa felicidad con las que el mundo, el demonio y nuestra propia carne nos tientan. Tratan de desviarnos del verdadero camino.
Por eso, la mies es mucha, tal y como dice el Evangelio, y se necesitan obreros para dar a conocer esa Buena Noticia que vive dentro de todo corazón humano. Es por eso, porque tú y yo hemos sido creados libres, por lo que todo dependerá de nuestra respuesta.
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