Pedro
experimenta lo que realmente cuesta perdonar. Experimenta que le es imposible
perdonar y, llevado por esa experiencia, pregunta a Jesús: «Señor, : «¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?
¿Hasta siete veces?». La
respuesta de Jesús es firme y contundente: «No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete.
Amar y perdonar se conjugan en una sola palabra:
Misericordia. Por la Misericordia Infinita de nuestro Padre Dios somos
perdonados de nuestros pecados. Dios Padre conoce la debilidad de sus hijos y,
por eso, es misericordioso. Sabe de nuestras dificultades y solo quiere nuestro
esfuerzo, nuestro reconocimiento y fe en Él. La fuerza para poder perdonar y
amar nos viene del Señor. La Misericordia de Dios, misterio que nunca
llegaremos a entender en este mundo, es nuestra gran esperanza. Todos nuestros
pecados, por grandes que sean, nos son perdonados. Ahora, hay una condición,
que nosotros perdonemos también. Lo decimos cada día en el Padrenuestro, para
ser perdonados necesitamos también perdonar nosotros y, sobre todo, a nuestros
enemigos y a quienes nos ofenden.
No podemos presentarnos delante de nuestro Padre Dios suplicándole perdón y nosotros no perdonar. Comprendemos que eso es ilógico y no tiene sentido. La medida con que midamos será la que nos aplicaran también a nosotros. Jesús nos lo explica claramente en esta parábola – Mt 18, 21-35 – del rey que quiso ajustar cuentas con sus criados. No perdamos de vista esta parábola. Si quieres alcanzar la Misericordia de Dios, recuerda que tú también tienes que perdonar las ofensas recibidas. Es la prueba del amor.
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