Por tanto, Dios, que sabe
todo de ti, no viene a negociar tu salvación. Estarías siempre condenado, Nos
salva su Infinita Misericordia. Y eso es lo que viene a ofrecerte, su Misericordia.
No busca satisfacer tu curiosidad, ni, tampoco, impresionarte. No necesita tu
aprobación, ni tu agradecimiento. Nada puede esperar de ti que necesite. Dios
es Omnipotente e Infinito. Dios te ofrece la salvación – esa felicidad eterna
que tú buscas – simplemente por amor. Por eso, enviando a su Hijo, anuncia la
Buena Noticia a aquellos que está sedientos y hambrientos de salvación.
Aquellos que, reconociéndose pecadores, pobres y necesitados, imploran
misericordia y perdón.
Y, Jesús, el Hijo de
Dios, nos revela la Infinita Misericordia de su Padre. Nos lo revela en la
hermosa parábola del hijo pródigo o de la higuera seca. Luego, primero, se hace
necesario tener sed y hambre, es decir, reconocernos necesitados de
misericordia y creer en el Hijo de Dios, enviado por el Padre, que nos perdona
nuestros pecados. Porque, es posible que, también nosotros nos hayamos fabricado
un Dios adaptado a nuestra medida y sabiduría. Un Dios que encaje con nuestro
pensamiento y sentir. Y ese no es el Dios que nos anuncia su Hijo, nuestro
Señor Jesús. Nuestro Dios es un Dios misterio, escondido en lo nuevo, en lo
imprevisible, en lo incomprendido y desconcertante. Solo en Él está la absoluta
Verdad.
Por tanto, es lógico que
ese Dios cueste ser aceptado por los que buscan un Dios adaptado y domesticado
según sus intereses e intenciones. Sería bueno preguntarnos en esa dirección,
¿qué Dios estamos buscando y presentando en nuestras catequesis y evangelización?
¿Un Dios callado, pasivo, domesticado según los tiempos? ¿Un Dios silencioso
ante las propuestas de muerte a los inocentes – aborto – que la sociedad
propone? ¿Un Dios temeroso a levantar la voz ante las propuestas ideológicas de
género y de destrucción de la familia? ¿Quién realmente es nuestro Dios? ¿Aquel
que visitó a la viuda de Sarepta o al sirio Naamán, o el dios que adaptamos a
nuestro tiempo? ¿Será cuestión, a la luz del Espíritu Santo, preguntarnos a
quién nos anuncia Jesús?
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