No
debemos olvidar que el Espíritu Santo nos acompaña y está presente. Ha bajado a
nosotros el día de nuestro bautismo y nos acompaña en el camino de nuestro
peregrinar a la Casa del Padre. Por tanto, Él, el Espíritu, será quien recoja
los frutos de tu viña. A ti y a mí nos toca sembrar, luchar y esforzarnos. Los
resultados son cosa del Señor.
Dios
no te exigirá más de lo que tú puedes dar. Él sabe muy bien donde está tu límite,
tus talentos y lo que realmente puedes dar, sembrar y hacer. Así que, esfuérzate
en dar al máximo lo que puedas y no te preocupes demasiado por lo que no puedas
dar. Nuestro Padre Dios lee en lo más profundo de nuestro corazón y sabe
nuestras auténticas intenciones.
La
Misericordia de Dios es Infinita. Sabe y conoce nuestras debilidades y entiende
nuestras caídas. Las permite o toleras porque las perdona y, para eso, nos ha
dejado el Sacramento del perdón o reconciliación. Diríamos que nos está permitido
caer, pero prohibido quedarnos caído. Se nos pide levantarnos, arrepentirnos y limpiarnos
en el Sacramente del perdón. Para eso está la Infinita Misericordia de nuestro
Padre Dios.
Quien ama siempre está al lado de la Ley y en disponibilidad de cumplirla. Y, no solo eso, sino, también abierto a enseñarla y dar buen testimonio.
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