―¿No
crees ―Pedro― que si a un mal recibido respondo con otro mal, la herida de la
venganza queda abierta?
―Evidentemente,
creo que sí. El mal siempre origina otro mal.
―¿Y
si respondo con un bien al mal recibido, ¿qué crees que pasaría? ―Propuso
Manuel.
―Supongo
que se terminaría el conflicto y se evitaría que la semilla de la venganza
siguiera viva. ―Se rompería la cadena del mal.
―Estoy
de acuerdo —asintió Manuel—. Creo, firmemente, que el mal se para con el bien.
Realizado un mal y recibido un bien, hace pensar. Y su efecto, apacigua,
destruye y aniquila ese deseo de venganza y abre la válvula de la paz.
Ambos
amigos se miraron complacidos asintiendo con sus semblantes la seguridad de
estar en lo cierto. Y, realmente, así es. No lo ha dicho uno cualquiera o
alguien que se tenga por sabio. Es simplemente Palabra de Dios. Lo ha dicho
Jesús, el Señor.
(Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues
yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla
derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte
la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete
con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le
vuelvas la espalda».
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