Jesús viene a perfeccionar la Ley, y lo que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo, lo traduce el Señor ahora proponiéndonos amar a nuestros enemigos y rezar por los que les persiguen. Porque, nuestro Padre Dios hace salir el sol para buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos. Dios envía a su Hijo para salvar a todos, sin distinción de raza, color, pueblo…etc. Todos somos hijos de Dios.
Si
amamos a los amigos, que también nos aman, ¿dónde está nuestro mérito?
Eso lo hacen todos, pecadores y no pecadores. La diferencia está en amar como
nos ama nuestro Padre celestial. Por tanto, ser perfectos, como nuestro Padre
celestial es perfecto.
Manuel
frunció el ceño y mantuvo la mirada perdida en el horizonte. —Se hace duro
aceptar esa propuesta de amor. Amar sí, pero, amar a quien te hace daño y te
persigue es harina de otro costal.
—Bastante
duro y difícil de realizar, pero, es la propuesta —intervino Pedro—. Él así lo
hizo. Nos ama a pesar de que le defraudamos, le damos la espalda y hasta le
rechazamos.
—Sí, y si el Señor lo propone —dijo Manuel— es porque podemos hacerlo. No olvidemos que no nos deja solos y que nos envía al Espíritu Santo, quien nos asistirá y auxiliará para que podamos amar como nos ama Jesús.
—No
hay que suponerlo, sino que lo hemos visto reflejado en su Vida. La cruz no
deja ninguna duda.
Esa es la realidad, amar como nos ha amado el Señor. Y no hay otro camino ni otra alternativa. Ni otra solución, porque, la solución del mundo, valga la redundancia, es el amor. Lo dijimos ayer y lo reafirmamos hoy, hacer el bien da paz y favorece el amor, pues, amar es hacer el bien.
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