Nuestra naturaleza, herida por el pecado, está inclinada al adulterio. Y lo hace en cuanto no reprime sus deseos pasionales. Porque, todos estamos tentados por las inclinaciones de la pasión. No será adulterio sentirlas, pero sí desearlas. De modo, lo dice claramente el Evangelio, quien simplemente desee está ya cometiendo adulterio.
Pero,
no se trata de reprimirse, sino de dominarse y encausar de una manera respetable,
humana y con sentido tus instintos pasionales. Ante el desorden de tus
instintos pasionales se antepone tu cordura, tu libertad, tus derechos y
respeto a los deseos y compromisos que, por amor, contraes. Y, a pesar de tus
sentimientos, deseos y apetencias, ser fiel a tu compromiso es amar con
fidelidad.
Quitar
todo aquellos impulsos y deseos incontrolados y nacidos de la pasión se
esconden en la prioridad de apartarlo antes de consumarlos, ya sean fraguados en
el pensamiento o en el hecho concreto de realizarlos. Jesús, el Señor, lo deja
muy claro en el Evangelio de hoy: (Mt 5,27-32): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os
digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en
su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de…
—Es difícil, en muchos momentos controlarse —comentó
Manuel—. Pero, el pecado no está en esa dificultad, sino en consentirlo, aunque
sea de deseo. La lucha en resistirse a ello es lo correcto.
—Pero ¿y si la tentación y el deseo es más
fuerte que tú? —dijo Pedro, respondiendo a Manuel.
—Cuando tu lucha está abierta a la asistencia y
ayuda del Espíritu Santo, la victoria está garantizada —respondió Manuel.
No cabe duda de que el pecado se esconde en
aceptar la tentación, pero, en la medida que esa tentación sea contrarrestada
con nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos ayudará a salir victoriosos. Y no
lo digo desde la teoría, irrumpió Manuel, sino desde mi propia experiencia.
La cuestión está en priorizar lo importante. Y lo importante es anteponer nuestra voluntad de ser fiel a nuestro compromiso de amor ante Dios que a nuestras pasiones y deseos irracionales. El amor es un compromiso. Así nos ama nuestro Padre Dios.
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