—No
vemos resultados, Pedro— dijo Manuel— con semblante cariacontecido. Cada año hay nuevos
bautizados, primeras comuniones, confirmaciones…etc. Pero, no vemos que los
nuevos perseveran ni se agregan a las comunidades parroquiales.
—Esa
es la realidad —respondió Pedro.
—¿Hacemos
las cosas mal, anunciamos mal la Buena Noticia? ¿Qué piensas?
—Supongo
—respondió Pedro— que habrá de todo. —Por un lado, somos pecadores y no haremos
las cosas bien; por otro lado, vamos confiados en nuestros recursos, metodología
y talentos y, posiblemente, nos olvidamos de lo verdaderamente importante, el
Espíritu Santo.
—Creo
que has dado en la diana, la evangelización no depende de nosotros. Si, bien es
verdad, tenemos que dar y poner todas nuestras capacidades y talentos, pero,
siempre abiertos a la acción del Espíritu Santo. Porque, es Él quien realmente
evangeliza.
Ambos
amigos siguieron hablando sobre el tema. La realidad que se presenta en nuestra
Iglesia de hoy no es alentadora. Concretamente, en mi parroquia veo pasar uno y
otro año a muchos niños con sus padres, primeras comuniones, confirmaciones e
incluso catequesis de adultos, y luego, siempre somos los mismos los que nos
vemos en las misas de cada día a lo largo del año.
Y
tenemos al mejor evangelizador, el Espíritu Santo. Él no puede fallar. Fallamos
nosotros que, quizás no damos la justa medida de amor y misericordia. Pero,
también, dependerá de cada cual abrirse al Espíritu Santo. La historia nos
revela que muchos, contemporáneos de Jesús, tampoco le aceptaron.
Por tanto, no es cuestión de desanimarnos, sino de pedirle al Espíritu Santo que nos dé un corazón suave, generoso, humilde, paciente y manso como el de Jesús. No olvidemos que es el mismo Espíritu Santo que estuvo con Jesús en el desierto. Tengamos, pues, fe y paciencia, y tratemos de perseverar confiados en su presencia y abiertos a su Amor misericordioso.
Que gran verdad!!
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