Es
el Hijo de Dios y un encuentro con Él no nos deja indiferente. Sucedió con
muchos de los que luego fueron sus apóstoles, ejemplo, Natanael – Jn 1, 45-52 –
y sucederá con todo aquel que escucha atento y abre su corazón a su Palabra.
Porque, dentro de cada ser humano está la impronta del amor del Padre Dios, la Nueva
Alianza, que imprimió en sus corazones para que nadie la ignorase ‒Jr 31, 31-33
̶.
Un
encuentro que necesita ser sentido, buscado y abierto a la escucha de su
Palabra. Aquellos jóvenes, y no tan jóvenes, los apóstoles, conocían la promesa
de la venida del Mesías y estaban prestos y abiertos a su venida. Porque, de no
estar sensibles y abiertos a su Buena Noticia no dejaremos entrar al Espíritu
Santo y, en consecuencia, permaneceremos cerrado a su Palabra.
Y
es que estamos sometidos y esclavizados por el pecado a abrirnos a la Palabra
de Dios. Por eso, Dios se hace Hombre y, encarnado en Naturaleza Humana, habita
y vive entre nosotros para que, siendo igual a nosotros menos en el pecado,
anunciarnos la cercanía de un Dios Padre que nos quiere y nos ofrece su Amor
Misericordioso para compartir su Gloria Eterna con todos nosotros.
Pero, para eso necesitamos creer en el Hijo, el Dios encarnado que se hace Hombre y habita entre nosotros. Nos preguntamos, ¿estamos nosotros en esa actitud y disponible a abrirnos a su Palabra y dejarnos encontrar con Jesús?
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