No se trata de
proclamar lo que me han mandado. Resulta que cuando es así no llega al corazón
del otro. Viene a ser como dar un recado de parte de otro. ¡No, nada de eso, se
trata de proclamar lo que tú has visto y vives! ¡Se trata de proclamar tu
propia experiencia de salvación! Manifiesta que te sientes otro, que eres un
hombre nuevo y que, a pesar de las dificultades, de los problemas y de la
inevitable cruz de la muerte, tu vida es la gran oportunidad y la maravilla de
vivir en la esperanza de la Resurrección. Y es eso lo que comunicas, lo que
transmite y anuncias a los demás.
La respuesta que
da Jesús a los enviados de Juan es precisamente esa: Mira, los cojos andan; los
ciegos ven; los leprosos quedan limpios… Es decir, la vida tiene sentido, la enfermedad
y la muerte no son ni tienen la última palabra. Dios se ha encarnado en el Hijo
para salvarnos y librarnos de la esclavitud del pecado. Y son precisamente los
pobres y los necesitados los que descubrimos esa presencia de Dios entre
nosotros. Y lo hacemos por nuestra pobreza que nos hace ser humildes y
necesitados del Amor Misericordioso de Dios.
Preguntémonos, ¿qué ven nuestros ojos? ¿Qué esperanza tenemos y cuál es nuestro objetivo en este mundo? ¿Acaso pensamos que todo termina con la muerte? ¿Es esa nuestra esperanza? Pues eso es lo que nos descubre, nos anuncia y nos da el Adviento, la espera del Mesías que nos trae la salvación eterna. La muerte ya no nos asusta porque no es el final. Al contrario, es el comienzo de la Nueva Vida Eterna junto al Padre.
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