Si hablas pero no
haces, es como si hablaras al viento. Tu palabra cobra verdadero sentido y
llega al corazón de quienes las oyen cuando lo que dices tiene reflejo en tus
actos. De alguna manera tu obediencia tiene que manifestarse no en palabras
sino en hechos. Es el caso que Jesús nos plantea hoy en el Evangelio. El primer
hijo se negó con su palabra pero, arrepentido, obedeció con su hecho. Es decir,
negó con la palabra lo que después obedeció, arrepentido, con su hecho.
El segundo fue
todo lo contrario. Accedió una obediencia falsa, apoyada en la apariencia de
obedecer pero sustentada en la mentira de no corresponder a lo que su palabra había
manifestado. Dice sí, pero hace lo
contrario o lo que obedece a su capricho e interés. Es evidente que es el
primero quien hace la voluntad del padre.
Y Jesús nos advierte
que lo verdaderamente importante es la obediencia real y firme en los actos de
tu vida. De nada te vale aparentar obedecer si luego tu obediencia no se
corresponde con lo que has querido aparentar. Nunca podrás tapar una verdad con
una mentira o apariencia, que viene a ser lo mismo. La suciedad siempre estará
ahí aunque la escondas debajo de la alfombra.
La lección es clara, no te escondas en la apariencia ni en las justificaciones. Acepta tu realidad, tu pecado y tu indigencia. Reconócete pequeño, frágil y débil y, sobre todo, pecador y acepta tus propios errores. Luego, arrepentido ponte delante de tu Padre Dios y pídele su Misericordia. Ten por seguro que serás perdonado. Eso es lo que nos pide Dios, renuncia, sacrificio, humildad y reconocer lo que realmente somos. Esa es la señal, la nota y el signo que quiere ver nuestro Padre en cada uno de sus hijos. Luego, Él se encargará de limpiarnos, de purificarnos y de devolvernos la dignidad de ser sus hijos.
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