Es evidente y
notorio reconocer que todos hemos recibido un mochila con nuestras cualidades,
talentos y todo aquello que necesitamos para alcanzar, a través de nuestro
camino por este mundo, la perfección. Claro está, si nuestro camino va acompañado,
o mejor, nos dejamos acompañar por el Alfarero que nos puede modelar y dar esa
perfección que buscamos.
Pero, también es
evidente que llevamos una herida profunda y grande en nuestro corazón, el
pecado. Un pecado que nos destartala y nos pone a merced del tentador, del
Maligno que acecha nuestros pasos y está atento a nuestras caídas y
desfallecimientos. En consecuencia, el camino se hace duro, peligroso, difícil
y con amenazas de tentaciones y seducciones que nos marean y, por nuestra
condición humana, nos gusta y apetece.
Es un camino
contra corriente y lo primero que hay que saber es que solo no podremos
recorrerlo. Y nos debe animar el descubrir que Jesús lo sabe. De ahí que nos
envía al Paráclito, del que se habla mucho en estos últimos días próximos a su
venida. Con el Paráclito – Espíritu Santo
– nuestro camino cambia, se fortalece y estamos en condiciones de vencer al
Maligno. ¡Y lo vencemos!
También tenemos
que aprovechar la comunidad. No es conveniente aislarnos. Amar nos dirige a ir
con los otros, estar disponibles para ofrecer lo que tenemos de nuestra mochila
recibida y darlo gratuitamente. Y junto a los otros – unidad – será muy
difícil, si no imposible, para el enemigo – demonio, mundo y carne – vencernos.
Por tanto, pongamos al servicio común todo aquello que hemos recibido y nos pueda servir mutuamente para el bien de todos. Es nuestra aportación amorosa y misericordiosa que, recibida de nuestro Padre Dios gratuitamente, también nosotros tenemos que aportarla a la comunidad gratuitamente.
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