Sí, vivimos en una
selva llamada mundo. Un mundo en el que cada día experimentamos su más cada vez
parecido a una selva. Un mundo donde impera la ley del más fuerte y donde
muchos son sometidos a labores excesivas y mal remuneradas. Un mundo repartido
de forma desigual para muchos. Mientras unos gozan de grandes privilegios y
otros están bien considerados, hay muchos sometidos a la esclavitud del trabajo,
al dinero y a la explotación de los que se enriquecen con el esfuerzo de estos.
Y, queramos o no,
caminamos hasta el final de nuestra andadura por este mundo con la esperanza,
al menos los que creemos, de llegar al otro. Sabiendo que tendremos que
pasar por muchas pruebas y dificultades. Tentaciones, seducciones de todo tipo,
deseos de abandonar y sumergirnos en los placeres que el mundo nos ofrece. Egoístamente
pensar más en nosotros que en los demás.
Sin embargo, nunca experimentaremos más gozo y felicidad que cuando somos capaces de darnos en servicio por amor a los demás. Sobre todo a aquellos que lo necesitan y que reclaman nuestro servicio y tiempo. Y eso debe despertar nuestro corazón. Despertarlo y avivarlo porque es la señal y la prueba de que el Espíritu de Dios está vivo en nosotros alertándonos e impulsándonos a seguir a Jesús, el único que nos salva, nos hace felices y nos da Vida Eterna.
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