Es evidente que
cuando se está alegre no se puede estar triste. Sería una contradicción. Sabemos
por nuestra propia experiencia que haya momentos para celebrar, para hacer
fiesta, comer, beber y saltar de alegría. Pero, también, por desgracia, sabemos
que llegarán momentos de tristezas, de despedidas, de enfermedad, de muerte y…etc.
Hay momentos donde
celebraremos con alegría la fiesta y otros, donde reinará la amargura y tristeza.
Pero, como dice el refrán, «eso es ley de vida».
Cada tiempo viene marcado por sus circunstancias, y muchas veces son favorables
y otras no tanto. La realidad del mundo en el que vivimos nos enseña que eso es
así.
Sin embargo, a
pesar de todo ello, estamos llamados a sobreponernos, a echar para atrás lo
viejo, lo establecido y buscar nuevos horizontes, nuevos tiempos que den
sentido a nuestro camino y vida. Y es que el Señor está con nosotros, y como va
en nuestro mismo camino debemos alegrarnos, y, hasta en los malos momentos,
saber que Él está presente y nos consuela, nos fortalece para seguir adelante.
La esperanza de
vivir en su presencia nos anima e impulsa a renovarnos constantemente, a no
quedarnos con lo viejo, sino a alimentarnos en la esperanza de avanzar, de
vivir, injertados en el Señor, los nuevos retos que la vida en nuestro propio
camino nos va presentando. No olvidemos que cada tiempo trae sus problemas y
alegrías, y éste que nos toca vivir a nosotros no va a ser diferente.
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