(Lc 19,1-10) |
Las palabras cuando se escuchan, si no tomas tú su lugar, ellas siguen y se van movidas y balanceadas por el viento. Sólo se pararan y anidaran cuanto tú las detengas y las acojas en tu corazón. Así si tendrán vida y actuarán en tu vida. Creo que muchas palabras que han pasado por mi vida han tomado la dirección que le viento les ha dado. Pocas se han hospedado en mi corazón. Sólo se me ocurre decir: ¿Dios mío, gracias porque sé que me perdonas".
Pero, no por eso no dejo de sentir vergüenza, mucha vergüenza, y más cuando descubres que te das cuenta. Quizás, de todas las que se han ido, no tenga mucha responsabilidad, pues no había caído en la cuenta. Pero de las de hoy en adelante empezaré a temblar, porque la Palabra actúa cuando tu la acoges e impides que el viento se la lleve.
Hoy mi nombre es Zaqueo. El Señor en él me llama a mí y se autoinvita a comer conmigo. Me dirás muchas cosas, que si abro mi corazón empezaré a oírlas. Pero, ¿tendré el valor de actuar como Zaqueo? Tiemblo porque mi compromiso se tambalea y mis fuerzas quedan en ridículo. Sin embargo, sé que el Espíritu Santo sigue ahí, quizás con una sonrisa compasiva y misericordiosa, pero animándome a que con Él puedo lograrlo. Jesús no nos pide cosas imposible, sino las que su Padre les ha dicho.
Intentar, esforzarnos, orar y pedírselo es el reto y compromiso adquirido. De repente, experimentas que la vida cambia, que la oración se fortalece; que la necesidad de buscarle, de alimentarte de su Vida, de hablar y agarrarte a Él es lo primero, lo más importante de tu vida. Claro, así la ilusión, a pesar de todas las dificultades, crece y aumenta y experimentas como Zaqueo que puedes llegar a compartir y repartir tu vida y tus bienes con los demás.
La Gracia del Señor se encargará del resto al que tú ni yo llegamos.
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