(Mc 5,21-43) |
Jesús manifiesta su poder y su divinidad. Devuelve a la vida a una joven muerta, y cura de una enfermedad, padecida toda una vida, a una mujer desesperanzada y sufrida. Pero lo importante no serán esos milagros sino el darnos cuenta de que Jesús es el Señor de la vida y la muerte y que en Él está nuestra esperanza y nuestra salvación. Eso significa confiar y tener fe en Él.
Pero no la salvación de ahora, una curación y un despertar de la muerte, sino la salvación eterna. También tengo esa experiencia. Fui despertado de una muerte súbita y en un momento que posiblemente no estaba preparado para morir y presentarme ante Él. Los médicos dicen que de cien mil escapa uno, pero yo digo y creo que fue la Mano del Señor que me salvó de una muerte inesperada y repentina. Daba un paseo matutino en uno de los días que mejor me sentía.
Pero hoy, agradecido y postrado en alabanza ante Ti, Señor, te pido que me asistas en la muerte que preceda a mi encuentro contigo. Esa es el momento verdaderamente importante, y que sé que tiene que llegar. Sin embargo, Señor, estoy aquí, ahora, en tu presencia porque Tú así lo has querido, igual que hiciste en aquel día con la hija de Jairo y la mujer enferma de flujo de sangre.
Infunde en mí, Señor, la sabiduría de acudir a Ti con mis humildes manos cargadas de amor.
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