(Mt 6,24-34) |
La costumbre, quizás ciega, es buscar afuera lo que está dentro. No percibimos el Tesoro que anida en nuestro corazón y buscamos afuera tesoros caducos que no se sostienen por sí mismos. No nos damos cuenta que somos templos de Dios y que Él, el Tesoro escondido, mora en nuestro corazón.
Sin embargo, gastamos nuestro hermoso tiempo buscando donde no podemos hallar, y persistimos con tenacidad a pesar de la experiencia que nos descubre el vacío y la miseria de los tesoros del mundo. No podemos buscar dos tesoros, porque sólo uno será el verdadero Tesoro. De la misma forma, no podemos servir a dos señores porque cumpliremos y serviremos a uno y dejaremos al otro.
La vida es nuestro gran valor y nos ha sido dada para vivirla en plenitud eterna. Ese es nuestro verdadero Tesoro, vivir la Vida Eterna en la presencia del Padre. Por lo tanto, todo lo demás no es que sobre, porque lo necesitamos, pero nuestro Padre Dios que nos ve y nos conoce sabe de nuestras necesidades y de lo que necesitamos para recorrer el camino de nuestra vida. Somos sus hijos, lo más valioso que Él ha creado y no dejará de darnos y proveernos de lo que necesitamos.
Pero, tampoco entendemos que viviremos de balde, porque hemos recibido unos talentos que tendremos que poner a trabajar para que, lo que Dios ha puesto para el bien de todos sus hijos llegue a todos. Pidamos corresponder a esos talentos que Dios nos ha concedido para que todos sus hijos, hombres y mujeres del planeta, tengan lo necesario y suficiente para vivir en justicia verdad y paz.
Por eso, la justicia en los bienes de este mundo, que Dios ha creado para bien y abundancia de todas las necesidades de los hombres, sus hijos, deben estar bien distribuidas equitativamente para el disfrute y satisfacción de todos. Sobre todo, de los más carentes y necesitados. En tus Manos, Señor, nos abandonamos y ponemos toda nuestra confianza.
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