Supongo que muchas veces te has dirigido al Señor -sobre todo si eres creyente y practicante- a la intercesión de su Madre o algún santo con la intención de pedirle una necesidad o curación propia o de alguien. Y no sé tu experiencia, pero, sí puedo hablar de la mía, y lo hago afirmando que el Señor siempre me escucha y me atiende. Posiblemente, mi fe no sea suficiente, pero, si sé que si estoy aquí en este momento es porque el Señor, a través de mis peticiones, ha querido que así sea.
En muchos momentos la respuesta del Señor no coincide con la mía, pero, a largo plazo voy comprendiendo que la mejor era la que el Señor ha elegido. Y, como esos dos ciegos, de los que habla hoy el Evangelio, no he podido quedarme quieto, sino que he sentido la necesidad de proclamar que el Señor Vive y nos salva.
Me pregunto si me celo apostólico – a través de las redes - nace de ese deseo inevitable, como aquellos dos ciegos, de proclamar las maravillas que el Señor hace en cada uno de los que creen en Él. Porque, creer en una persona no es simplemente decirlo o confesarlo, sino ponerte en movimiento y dar pasos que descubren gestos y signos que crees en esa persona. Piensa que si hablas con Jesús y le ruegas para que te ayude o sane a alguna persona estás, de alguna forma, creyendo en Él. No dudes de que el Señor te escucha y te da lo que realmente te conviene para tu salvación, que es precisamente lo que importa.
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