Experimentas que cuando percibes y ves dolor y sufrimiento en las personas, tú también te llenas de tristeza y compasión. Sientes que tu corazón se torna compasivo ante la presencia de personas extenuadas, abatidas, desorientadas y abandonadas. Es – nos lo dice el Evangelio de hoy – lo que sintió Jesús cuando presenció a aquel gentío extenuado y abandonado como ovejas sin pastor.
También nos sucede a nosotros cuando observamos en otras personas dolor y sufrimiento. Nos compadecemos. Pero, la pregunta que nos hacemos es, ante tal situación, ¿cómo nos quedamos y reaccionamos? ¿Somos capaces de actuar siguiendo los criterios que nos señala la Palabra de Dios y en la medida de nuestras posibilidades? ¿Tratamos de actuar ofreciendo consuelo, acogida y esperanza, e, incluso sanando y curando por la Gracia del Espíritu Santo?
Eso es lo que leemos en el Evangelio de hoy: (Mt 9,35-10,1.6-8): En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y… Todos somos llamados puesto que todos tenemos una misión y hacemos falta. La mies es mucha – nos dice el Señor, y nos pide que roguemos al Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies.
Anunciar la Buena Noticia es cosa de todos. De todos los bautizados que, en esa hora de nuestro bautismo, recibimos al Espíritu Santo para, asistidos y auxiliados en Él, proclamemos, tal como nos ha enviado el Señor, la Buena Noticia.
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