Mt 20,1-16 |
Dios
es justo, pero también misericordioso. Es vedad que tenemos el pasaje del
último momento del Señor en la cruz y el buen ladrón, pero solo Jesús, el
Señor, sabe el por qué y la razón de su ofrecimiento a aquella persona. En el
Evangelio de hoy la justicia de Dios se percibe claramente. Ajustó un denario con
aquellos primeros trabajadores invitados a ir a su viña; luego invitó a otros
más tarde y a otros casi al final del día. Y a todos quiso pagarle igual. Tanto
con los que había ajustado un precio que con los que llamó a última hora.
Posiblemente,
esa sea la razón del ofrecimiento con aquel crucificado – buen ladrón – a su
derecha. El Señor quiso pagarle lo mismo que a otros muchos que, habiendo
supuestamente hecho más méritos – entre paréntesis – merecían más. No
alcanzamos a comprender ni entender la Infinita Misericordia de Dios. Miremos a
nosotros mismos y veremos como no merecemos nada de todo lo que nuestro Padre
Dios nos da.
No es el cumplimiento lo que nos salva, pues, por mucho que nos esmeremos siempre erraremos. ¡No somos perfectos! Nos salva la fe y la confianza puesta en nuestro Padre Dios – esa puede ser una gran razón para el perdón de aquel llamado buen ladrón – y, por supuesto, su Infinita Misericordia. Quizás pasemos parte de nuestra vida ociosos espiritualmente, pero, confiados y esforzados en ser dócil a su Palabra y perseverantes en la fe alcanzaremos su Misericordia. Quien cree en Mí, dice el Señor, tendrá Vida Eterna.
—Evitar
—dijo Manuel— todo el mal que puedas es vital para tu vida. Pues, lo realizado
mal se tendrá que reparar. Es de sentido común. ¿No te parece Pedro?
—Evidentemente,
amigo Manuel. Todo debe ser reparado a pesar de ser perdonado.
—Supongo
—agregó Manuel— que esa es la razón por la que debe haber un lugar donde
pagaremos todos nuestros pecados hasta, limpios, gozar en la Gloria de nuestro
Padre.
—Sí, respondió Pedro. Y ese debe ser el lugar que llamamos Purgatorio.
Ambos amigos estaban de acuerdo y pensaban que es mucho mejor hacer todo el bien que se pueda y evitar el mal. Y, de hacerlo, tratar siempre de repararlo. De cualquier manera, la Infinita Misericordia de Dios nos llena de gozo y alegría. Por ella nuestra esperanza fortalece nuestro espíritu y nos invade de gozo, amor y felicidad.
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