Es
evidente, Señor, son mis pecados. Pecados que quiero ver y descubrir en el cada
día de mi vida. Pecados que quiero corregir de forma concreta y tratar, uno a
uno, de ir limando, enderezando y mostrando tal y como se presentan y actúan.
Porque, confío, Señor, en tu Misericordia y Bondad Infinita.
No
quiero sostenerme y permanecer conforme en una vida de apariencias que
sostengan mi fe de forma aparente sin estar sostenida y apoyada en raíces
auténticas que la mantengan firme. No quiero, Señor, vivir en un cristianismo
muerto y enterrado en las apariencias. Y, aunque confieso que tengo mucho de
ese cristianismo de apariencia, mi actitud, Señor, es la de salir de ahí y, por
tu Gracia y Espíritu, limpiar mi corazón de toda esa inmundicia de apariencias
y convertirme a tu Palabra y responder a tu llamada.
A
pesar de mis apariencias, experimento, Señor, tranquilidad. Y la siento porque
sé que quiero salir de esa apariencia y mostrarme tal como soy. Pecador, sí,
pero con deseos de arrepentirme y cambiar. Y esperanzado en tu Amor Misericordioso,
mi Señor, que me fortalece y me asiste para que pueda vencer el mal, las
desganas, la hipocresía y todo aquello que envuelve mi vida en nubes de
apariencia y mentira.
Me pongo en camino y trato, con la asistencia del Espíritu Santo, despojarme de toda apariencia y ponerme el vestido de la autenticidad. ¡Adelante!
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