Ese es nuestro
destino, la Vida Plena y Eterna. Para eso nos tiene Dios en su pensamiento, y
nos ha creado con ese fin: Una Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad. Sin
embargo, ha dejado algo a nuestra elección. Para eso, nos ha creado libres. Libres
de decidir aceptar su propuesta de Eternidad plena y gozosa, o libres para
rechazarla y vivir una eternidad de dolor y sufrimiento.
Esa es la gran
pregunta de nuestra existencia. Una pregunta que, para muchos, subyace escondida
en su corazón y ahogada por las seducciones que les ofrece el mundo. Una
pregunta que enterrada por el deseo inmediato a gozar de la aparente y falsa
felicidad que te ofrece este mundo, no emerge ni cuestiona nuestro camino y
peregrinar.
Es cierto que se
hace duro y difícil la lucha contra las ofertas que el mundo te hace. Lo
podemos observar en la primera lectura de la misa de hoy domingo – 2Macabeos 7,
1-2. 9-14 – y da verdadero miedo. No creemos tener la fortaleza para soportar
tales sufrimientos y tormentos. Sin embargo, la historia del seguimiento y fidelidad
a la Palabra de Dios está llena de esos hermosos y valerosos testimonios. La
conclusión a la que se llega de forma irremediable es que con Dios todo es
posible.
Y esa es nuestra
esperanza. La esperanza de todos aquellos que creen en la Palabra del Señor Jesús,
el Hijo de Dios. Él, no solo nos lo ha dicho, sino que nos ha dado testimonio y
ejemplo con su Vida, entregándola para salvarnos de ese tremendo y craso error
de rechazar su propuesta y camino de salvación. Hemos sido creados para
siempre, no para unos cuantos años. Pero, para ser siempre felices, sin dolor
ni sufrimientos.
Por tanto, esta vida es un camino previo, un camino de fe y de examen, porque, al final de nuestra vida, como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados solamente del amor que hayamos sido capaces de dar en esta vida.
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