El valor no está
en la apariencia de grandeza o de abundancia de nuestros actos. Se esconde en
la intención que, evidentemente, no se mide por su grandeza o cantidad.
Naturalmente, lo que da valor a mis obras no son la espectacularidad de su
grandeza sino la intención de su motivo. Es decir, algo tan misero y pequeño
como dos reales pueden valer tanto o más que un tesoro depositado con segundas
intenciones.
La lección que hoy
Jesús nos da en su Evangelio es tan sencilla y simple como esos dos reales que
la viuda dejó en en tesoro del templo. Su intención, a pesar de no tener y,
quizás por no tener, era ponerse en manos de Dios. Y es que para los pobres es
la única solución a sus problemas: ponerse en manos de Dios. De ahí que son los
pobres los que más posibilidades tienen de escuchar la Palabra de Dios. Y,
precisamente, a los que Dios ha venido a salvar.
Sabemos por tanto
que a un rico le será más difícil. Su corazón está seducido por las riquezas,
poder y los placeres de este mundo. Un pobre parece que no tiene otra
alternativa. Diríamos entonces que la pobreza es una gran virtud y una gran
suerte o posibilidad porque nos ayuda a acercarnos y escuchar al Señor. De ahí
que no se puede servir a Dios y al dinero al mismo tiempo.
Ahora que terminamos el año podemos ver y reflexionar sobre todos nuestros pequeños actos y obras. Quizás no estemos satisfechos; quizás nos ha parecido que nuestras oraciones y actos han sido, además de insignificante, sin la debida atención o concentración. Sí, no estamos contentos. Sin embargo, nuestro Padre Dios puede ser que valore nuestros actos de otra manera. Porque, para Él lo importante es nuestro verdadero esfuerzo e intención. Demos gracias a Dios por todo lo que hemos y vamos recibiendo y pongamos todo nuestro esfuerzo en hacer nuestras obras de acuerdo con su Voluntad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.