DIOS, nuestro PADRE, nos quiere hasta el extremo qué, independiente de nuestra respuesta, nunca nos deja de querer porque DIOS no puede hacer nada que no sea Amar. Precisamente DIOS es Amor y el Amor es todo lo contrario al mal que encarna el desamor.
Por lo tanto, DIOS nunca nos va a preguntar en el atardecer de nuestra vida de caminatas, costumbres, tradiciones y preceptos a cumplir. Independiente de que hayamos caminado, celebrado centenares de Eucaristías, comido su CUERPO y bebido su SANGRE, cumplido normas y preceptos, nuestro PADRE nos quiere infinitamente y nos acoge y abraza amorosamente a pesar de nuestra indiferencia, y nos cuida y protege.
Confundir que nuestro PADRE nos tratará mejor o peor en correspondencia a nuestras promesas, caminatas, peregrinaciones y demás es no entender lo que significa PADRE y, menos aún, ser hijo. Desde la experiencia de vivenciar el encuentro con JESÚS y, por supuesto, de sentirnos hijos de un mismo PADRE, damos sentido al compromiso libre y voluntario de creer en ÉL y, en consecuencia, seguirle.
Y eso significa otra cosa. Si bien, todas las tradiciones, caminatas, peregrinaciones, celebraciones y costumbres cobran sentido en esa línea y dan significado y respuesta a la fe, no dejan de ser meros actos que nada significan desencarnados de una vida injertada y movida en CRISTO.
Cuando rezamos el Padrenuestro lo hacemos desencarnados de la realidad vital que significa. Igual nos pasa con las romerías y demás. Porque “Nuestro” significa salir del recinto cerrado de nuestro yo. Nos exige entrar en la comunidad de los demás hijos de DIOS. Nos exige abandonar lo meramente propio, lo que separa. Nos exige aceptar al otro, a los otros, abrirles nuestros oídos y nuestro corazón.
Con la palabra nosotros decimos sí a la Iglesia viva, en la que el SEÑOR quiso reunir a su nueva familia. Así, el Padrenuestro es una oración muy personal y al mismo tiempo plenamente eclesial. Al rezar el Padrenuestro rezamos con todo nuestro corazón, pero a la vez en comunión con toda la familia de DIOS, con los vivos y con los difuntos, con personas de toda condición, cultura o raza. El Padrenuestro nos convierte en una familia más allá de todo confín.
Sólo JESÚS puede decir con pleno derecho “PADRE mío”, porque realmente sólo ÉL es el HIJO unigénito de DIOS, de la misma sustancia del PADRE. En cambio, todos nosotros tenemos que decir: PADRE nuestro. Sólo en el nosotros de los discípulos podemos llamar PADRE a DIOS, pues sólo en la comunión con CRISTO JESÚS nos convertimos verdaderamente en hijos de DIOS (recogido del libro JESÚS de Nazaret de Benedicto XVI).
Experimentado ese encuentro con JESÚS que nos hace hermanos e hijos, en ÉL, de un mismo PADRE, descubrimos nuestra vocación comunitaria a la que estamos llamados. No podemos mantenernos aislados ni individualistas, pues nuestra propia esencia nos llama a la comunión con los demás. Por eso la necesidad de constituirnos Iglesia que ya JESÚS nos dejó orientada desde el colegio Apostólico.
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