(Mt 3,13-17) |
Señor, te abajas incluso cuando te bautizas. Te pones en cola, aguardas pacientemente tu turno, y le impides a Juan, descubierta tu Divinidad por el Espíritu Santo, que te de honores y alabanzas. Tu Padre Dios queda gratamente complacido y se complace en su Hijo a quien señala como Mesías y Salvador en el Espíritu Santo.
Tú, Señor, santificas las aguas y les das poder para que nosotros en ellas seamos santificados. De tal manera que, cuando somos bautizados empezamos a ser verdaderos hijos de Dios, y por lo tanto, con la dignidad que nos confiere el ser hijo de Dios y hermanos de todos los hombres.
El Señor se Bautiza, no porque necesite justificarse ni limpiarse de nada. El Señor se Bautiza para santificar ese Bautismo de agua y Espíritu, por el que nosotros seremos adoptados y coherederos con Él de la Gloria de Dios Padre.
No se puede dar más, porque ya no hay más: Hemos recibido la vida y vida feliz y eterna, que nos parece imposible que sea una realidad hasta el punto de dudar y rechazarla.
Señor, ilumínanos y danos la claridad que nos haga dócil a tu Palabra y fieles a tu Amor, para perseverar en una diaria conversión por nuestro compromiso de Bautismo.
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