Sin darnos cuenta
corremos el peligro de que nuestra fe se apoye en personas, ideas, sentencias o
circunstancias. Buscamos apoyo en tradiciones, santuarios, apariciones de Nuestra
Madre la Virgen o santos. Y todo eso es bueno y nos ayuda a fortalecer nuestra
fe, pero Pedro, en quien Jesús fundó su Iglesia, fue roca fuerte porque se
apoyó y creyó en Jesús.
El fundamento de
nuestra fe es Jesús. Sólo en Él podemos resistir los embates de las dudas, las
tempestades, las desilusiones, las mentiras y los pecados. Se puede venir el
mundo abajo, pero Jesús, el Señor, se mantendrá siempre firme en la Cruz, y a
pesar de su muerte, vencerá con su Resurrección.
Por eso, desde
ahí, la Cruz es signo de victoria, de fortaleza, de esperanza, y, sobre todo,
de fe. Pedro, pecador que negó tres veces a Jesús, y se escondió en esos
momentos cruciales de su crucifixión, perseveró, se mantuvo firme y entregó su
vida por Jesús porque creyó en Él.
También nosotros
seremos perseverantes si nuestra fe está y se mantiene apoyada en Jesús. Él es
el garante de nuestra resistencia y fortaleza. En Él seremos fuertes y
perseverantes, porque, Él nunca pasa, siempre está. Es pasado, presente y
futuro. Nunca desilusiona, ni nos abandona. Es el Señor de la vida y la muerte.
En Él nos apoyamos firmemente y con toda confianza.
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