Es evidente y hasta
cierto punto normal que en muchos momentos de tu vida te encuentres
desorientado y hasta abandonado. Acostumbramos a llamar a eso «crisis
o bajonas», al menos yo lo he oído decir a muchos
compañeros.
Y es de sentido
común, y por cierto muy evidente, que los discípulos se sintieran confusos,
desorientados y sin saber a que atenerse. A esto le añades, cansancio, fatigas al
remar teniendo viento en contra y, más todavía, la aparición de Jesús caminando
sobre las aguas: ¿Qué puedes pensar?
Tratando de
ponernos en el lugar de los discípulos podemos comprender la situación de
confusión, de soledad y abandono y de miedo al pensar y confundir a Jesús con
un fantasma o algo extraño. No entendemos nada; no podemos comprender cómo se
pudo dar de comer a unas cinco mil personas con sólo cinco panes y dos peces.
Muchos interrogantes para poder asimilarlos y comprenderlos.
Y, con toda esa
revoltura en nuestra cabeza, aparece Jesús, el Señor, caminando sobre las
aguas. Lo anormal sería no experimentar esa confusión, abandono o incomprensión.
Y eso lo podemos extrapolar y experimentar en nuestra propia vida.
¿Cuántas veces nos
hemos, y seguiremos sintiéndonos, confundidos, fatigados, desorientados, sin
entender nada, con deseos de abandonar, de irnos a casa – Emaús – o de dejar de
remar y que nos lleve cómodamente la corriente? Sin embargo, la presencia del
Señor y su Palabra nos da serenidad, confianza, fortaleza, ánimo y deseos de
seguir remando. ¿No lo experimentas así?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.