(Mc 8,1-10) |
Creo que no existe nadie que no se compadezca de aquel que sufra por hambre u otras necesidades primarias. Sin embargo, si nos cruzamos de brazo y miramos para otro lado es posible que nuestro corazón se vaya endureciendo hasta el punto de transformarse en un corazón de piedra, endurecido por los callos de la indiferencia y el egoísmo que borren de su corazón la misericordia y la compasión.
Jesús, en cada encuentro con el hombre aflora sentimientos de compasión y misericordia, y actúa en solución de esos problemas porque ama y quiere el bien del hombre. Pero, ¿qué hacemos nosotros? ¿Es esa nuestra intención? ¿Nos preocupamos por la situación de los demás? ¿Tratamos de compartir con los demás lo que tenemos?
Porque no se trata sólo de bienes materiales. También tenemos sonrisas, buen humor, amabilidad, servicio, escucha, atención, paciencia, alegría, compañía, comprensión, verdad, justicia, solidaridad... Hay muchas cosas que hemos recibido y que otros esperan que las compartamos, pues ellos carecen de ellas.
Hazme pan Señor para ser repartido y comido, para tu Gloria, por los demás.
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