Mc 9,2-10 |
Se hace necesario, de vez en cuando, hacer un alto en el camino y tomar un descanso para fortalecerse y recuperar fuerzas. Pero, sobre todo, para tomar aliento y renovar la esperanza y convicción de seguir adelante en la lucha de cada día. Una lucha que se establece a diario interiormente y contra uno mismo. Una lucha apoyada y sostenida en la fe de Aquel que te habla y te entrega su Vida para eternizar la tuya. Una fe esperanzada en esa subida al monte Tabor donde Jesús nos regala ese adelanto de la Divinidad y de la Resurrección.
Porque, alguien a quien puedes contemplar de forma especial, luminosa, con Elías y Moisés, se supone y deduces que es Alguien que ha existido antes, ahora, pues lo estás viendo, y también después, lo has comprobado en la Resurrección. Así y todo, por eso he dicho muchas veces que hoy, aunque lejanos en el tiempo, tenemos más ventajas que los apóstoles. Porque, ellos no entendían nada. El Evangelio de hoy termina diciendo:
Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían
visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de "resucitar de entre los muertos".
Posiblemente, nuestra vida esté también llena de tabores. Tabores no espectaculares y hermosos como aquel del monte Tabor, pero, sí tabores de momentos sencillos, simples y pequeños que nos revela la presencia de Jesús entre el acontecer diario de cada día. Posiblemente, nos toque a nosotros descubrirlos, porque, seguro, Jesús ha Resucitado y está entre nosotros. ¿No lo ves? ¡Está a tu lado.
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