Jesús empieza a instruir a su apóstoles y, aprovechando que sube a Jerusalén con ellos, los toma a parte y empieza a decirles: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».
Pero ellos permanecían con sus oídos cerrados y sus corazones en otra parte. Anhelaban prestigio y poder y, la madre de los Zebedeos - Santiago y Juan - adelantándose le pidió a Jesús: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Conocemos la respuesta de Jesús, y si no lo sabemos nos conviene leer ese pasaje evangélico - Mt 20,17-28 - que nos descubre y muestra el pensamiento de Jesús a este respecto.
Posiblemente, XXI siglos después, nosotros seguimos haciéndole esa pregunta a Jesús. Buscamos a su lado prestigio y poder, y queremos ser notados, admirados y, posiblemente, servidos. Quizás haya mucho de eso dentro de la Iglesia, tal y como lo hubo en sus orígenes. Igual quedan muchos, como Santiago y Juan, que anhelan esos primeros puestos que dan prestigio y poder. Sin embargo, mientras muchos se debaten en esos afanes y pensamientos, Jesús habla de ocupar los últimos puestos y ponerse a servir, sobre todo a los más necesitados.
El mayor honor, prestigio y poder delante de Dios es la humildad - último puesto - y el servicio. No hay poder más grande que aquel que se desprende del amor misericordioso. Porque, quien ama, sirve. Tratemos de tener esto muy presente en nuestro caminar de cada día. Solo sirviendo desde los últimos puestos podemos estar verdaderamente siguiendo al Señor. Porque, nos lo ha dicho my claro, "no he venido a ser servido, sino a servir" - Mt 20,28 -.
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