domingo, 18 de enero de 2009

ESCUCHAR NO ES IGUAL A OÍR.


Cuantas veces escuchamos, al menos eso creemos, pero no nos enteramos de lo que nos dicen. Otras veces escuchamos, pero estamos pensando la respuesta a lo que nos cuentan y dicen. Y la mayoría de las veces nos afanamos en responder sin saber exactamente que nos han dicho, o cual es la intención que quiere comunicarnos quién nos habla.

Igual nos ocurre en nuestro compartir diario. Nuestras ideas van con nosotros a todas partes y las llevamos muy agarraditas. Si ellas nos ocasionan problemas, nuestros problemas no se solucionan en ir de un sitio para otro, ni tampoco en escuchar a este o al otro. Porque dónde quiera que vayamos, nuestras ideas van siempre con nosotros, y con ellas, nuestros problemas e interrogantes.

Ahora, escuchar no es escucharme, sino vaciarme de mí mismo y quedarme vació, para luego empezar a llenarme de contenidos que vengan de la razón y el sentido común. De algo que, conocido, nos identificamos con ello, porque está latente en nosotros, quizás adormecido y turbio por el ruido exterior, el consumo espeso, la tormenta del estrés y las lucen que nos encandilan y nos sumergen en la oscuridad irracional y falsa.

Hablo de la Ley Natural, de ese sello original que nace con nosotros al mismo tiempo que somos concebido en el seno de nuestra madre. Esa Ley que, impresa, necesita ser escuchada para irla abriendo y conduciendo en nuestra vida. Y escucharla no del otro, que igual que yo, necesita también escuchar a QUIÉN puede y tiene autoridad para darla y alumbrarla.

Se necesita entonces abrir los oídos y llenarlos de humildad para abajándote, como ÉL se abajó, puedas, vació de todo contenido, dejarte llenar por la única Luz que puede alumbrarte. Es pues muy importante saber escuchar y, más que saber, entender que para saberlo es necesario ser humilde, sencillo y hacerse como niño, es decir fiarse de Aquel que puede dármelo.

Desde este prologo reflexivo e introspección interior podemos atrevernos a ponernos en presencia de QUIÉN puede transmitirnos lo que ÉL mismo nos ha dejado como camino a perfeccionar dentro de nosotros: La Ley Natural, que marca un horizonte inicial, pero que demanda una perfección hasta el final.

Y eso sólo se puede hacer desde el seguimiento a QUIÉN tiene el poder de hacerlo: nuestro SEÑOR JESUCRISTO. Ahora escucharle es no sólo oírle sino buscar en el silencio de mi vida sí lo que me dice responde a lo que yo busco y quiero. Y eso compromete también a buscarle en el conocimiento de saber Quién es y que hizo en su paso por la tierra.

Su historia no da lugar a ninguna discusión. Es real, como lo es la historia que nos enseña muchas cosas que sabemos. Si no dudamos de la historia del universo, ¿como podemos dudar de la historia de JESÚS? Creo que eso está fuera de toda duda. La Biblia no cuenta, sino que habla y responde a toda búsqueda que el hombre de todos los tiempos se pregunta y desea. Da lo mismo que sea el hombre antiguo o moderno. La Palabra de DIOS, la Biblia, se actualiza para dar una respuesta concreta al hombre determinado que la lee hoy y el que la leerá mañana.

Pero, me pregunto, como y quién me garantiza que esa Biblia, Palabra de DIOS, permanezca y llegue a todos los hombres en el tiempo. Es evidente y de sentido común que Quién haya pensado tan extraordinario proyecto, haya pensando en buscar la forma de perpetuarlo y de asegurarse que llegue a todos los hombres desde el inicio que es revelada.

Porque se nos plantea: ¿y los anteriores a la Tradición y Palabra Revelada?; ¿y los posteriores? Los anteriores responderán según esa Ley Natural que sintieron dentro de sí, pues nada más les fue revelado. Más los iniciados y posteriores, que les ha sido Revelado, deberán conocerla y perfeccionarla.

Tacharíamos de gran error hacer algo para que muera con nosotros mismos. Siempre, como si de un impulso irrefrenable se tratara, intentaremos y perseguiremos perpetuarlo y para eso hace falta buscar quienes lo perpetúen. Pues bien, no sé por qué, ni cómo, pero hoy se nos responde a esto en el Evangelio del día: JESÚS pensó que su obra y proyecto tenía que quedar en manos de un colegio o discipulado para que fuese propagado hacia todas partes. Para que nadie se quedara sin conocer su Palabra y su proyecto. Y se encargó de formarlo. Su Palabra nos lo demuestra claramente. Creer en ÉL, es creer en lo que ÉL hizo: su Iglesia. No hacerlo es negarlo, aunque digamos que creemos en ÉL.

Está dentro de nosotros, pero no basta con eso sólo. Nos damos cuenta que nos hace falta buscar más luz; nos damos cuenta que somos limitados y tenemos una naturaleza tocada por los apegos carnales y egoísmos (pecado); nos damos cuenta que sería un flaco favor sellarnos con la Verdad en nuestro corazón y luego dejarnos a merced de nuestras tentaciones y peligros. Es como condenarnos al fracaso. Nuestra razón sintoniza enseguida con una necesidad de ayuda, de asistencia en forma de guía, el ESPÍRITU, que, respetando nuestra libertad, nos ilumine y nos vaya diciendo el Camino es este.

Y esta asistencia se concreta en La Iglesia, fundada por ÉL para ser portadora de su Verdad y guía de los hombres de buena voluntad que, naciendo de nuevo a la vida, el Bautismo, se entreguen como ovejas a su pastor a ser conducidas al buen recaudo. JESÚS, al que debemos escuchar, no sólo oír, empieza a buscar y formar su colegio Apóstolico que, prometiéndole su compañía y asistencia, se encargara de perpetuar su labor.

No tiene sentido pensar otra cosa. No tiene sentido querer ir cada uno a su libre albedrío, pues eso nos lleva a caer en libertinajes y dictaduras. Porque tus ideas me separan de las mías, o al menos, no nos unen. Y así estamos separados. Precisamente hoy celebramos y rezamos por la unión de todos los cristianos. Hace falta congregarnos en ALGUIÉN que con autoridad Divina nos reuna y conduzca por caminos de justicia, verdad y paz. Y ese, el único que conozco es JESUCRISTO.

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