Juan 18, 1-19, 42. Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado... |
Jesús es detenido, se le acusa de blasfemar, de proclamarse Hijo de Dios. No se le cree ni por su Palabra ni por sus obras. ¡No puede ser, un galileo, un nazareno, el hijo de un simple carpintero y una sencilla mujer, María! Es imposible, ese no puede ser el Mesías prometido.
Esperábamos otra cosa, alguien más notorio, más poderoso, más humano y de acuerdo con nuestros ideales. Esperábamos a alguien que nos liderara para levantarnos contra los romanos y liberarnos de su yugo. Esperábamos a alguien parecido a un celote, a un revolucionario que despertara a Israel y lo sacará del dominio del Imperio romano.
Y se nos presenta un pobre hombre, un hombre que habla de amor, de poner la mejilla cuando te han abofeteado en la otra., que habla de perdón, de paz, de justicia y de amar hasta a los enemigos. Esto es el colmo, lo contrario a lo que queremos. Esto es inhumano, contradictorio, imposible de aceptar. Este hombre es un impostor, un farsante, un...
Jesús es considerado un mentiroso y su Palabra queda entredicha y desprestigiada. Los intereses de aquellos que mandan se anteponen a los intereses del Hijo de Dios. Hoy todo sigue igual. Esto del amor a los enemigos es cosa de débiles, de pobres y de niños. La fuerza y el poder es nuestro dios, lo que triunfa y lo valioso.
La soberbia del hombre sigue mandando en él, y a pesar de experimentar frustración, no se da por vencido. Su ceguera es crónica, le impide ver y reconocer su esclavitud. Se precipita al vacío. Esta enfermo, pero no se deja curar. Pronto, su esclavitud es tan grande que no verá la Resurrección, el triunfo del Amor.
Pidamos al Señor que nos de un corazón contrito, humillado, sencillo, y no busquemos vencer ni tomar venganza, sino simplemente amar, porque en el amor está el triunfo.
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